Comentario
Hasta el otoño de 1885, el sistema funcionó relativamente bien. Sin embargo, una nueva crisis en los Balcanes iniciada entonces, y el agravamiento de la tensión en las relaciones franco-alemanas, a raíz de las elecciones francesas de octubre de 1885, habrían de producir algunos importantes cambios en el mismo.
El conflicto en los Balcanes se originó en esta ocasión por la unión de Rumelia y Bulgaria -la reconstrucción de la "Gran Bulgaria" del Congreso de San Stefano- por iniciativa independiente de quien era príncipe de Bulgaria desde 1881, Alejandro de Battenberg. Éste, que era sobrino del zar, se mostró en un principio abierto a las influencias rusas, pero más tarde cedió a las fuerzas nacionalistas y a la influencia británica. La situación habría de empeorar todavía más para Rusia, que aspiraba a controlar completamente esta zona, cuando para sustituir a Alejandro, que fue obligado a abdicar, el Parlamento búlgaro eligió, en julio de 1887, al candidato de Austria-Hungría, Fernando de Sajonia Coburgo, en lugar del propuesto por el zar.
La situación internacional en Europa, por otra parte, se vio alterada en las mismas fechas por un grave empeoramiento de las relaciones entre Alemania y Francia. Bismarck estaba encantado, como ya se ha dicho, con las empresas coloniales francesas. Incluso llegó a proponer el establecimiento de una alianza colonial franco-alemana contra Gran Bretaña, idea que el presidente Jules Ferry rechazó porque implicaba la renuncia por parte de Francia a sus reclamaciones en Europa, además de que era políticamente irrealizable. Estas relaciones relativamente buenas terminaron con la caída de Ferry, en marzo de 1885, y las elecciones de octubre del mismo año, que dieron como resultado un gobierno con participación radical en el que el general Boulanger era ministro de la Guerra.
Los problemas continentales, y no los coloniales, volvieron a ocupar el primer plano de la política francesa. Boulanger llevó a cabo una campaña de agitación nacionalista que incluía la idea de una guerra de revancha contra Alemania. Bismarck se tomó en serio la amenaza; aprovechó la ocasión para convocar elecciones y obtuvo del nuevo "Reichstag" la aprobación de otra ley militar; los reservistas fueron llamados a filas. La tensión llegó a su punto culminante en abril de 1887, con el "affaire Schnaebele", un comisario francés detenido en Francia por policías alemanes. El presidente Grevy consiguió frenar la movilización de las tropas francesas, acordada por el gobierno, que habría supuesto la guerra. El peligro pareció desaparecer en mayo, cuando el voto conjunto de los republicanos moderados y la derecha derribó al gobierno radical y con él a Boulanger. La posterior agitación "boulangista" fue, sin embargo, una constante llamada a la alerta alemana.
En este ambiente, Italia decidió subir el precio de su amistad. El ministro de Asuntos Exteriores italiano puso dos nuevas condiciones para la renovación de la Triple Alianza, cuyo plazo se cumplía entonces: garantía del mantenimiento del "statu quo" en el Mediterráneo, frente al posible expansionismo francés en Tripolitania, y la obtención de compensaciones en caso de que Austria-Hungría obtuviera nuevas ganancias territoriales en los Balcanes. En la negociación que siguió, se impuso la solución de Bismarck que trataba de satisfacer tanto las peticiones italianas como la resistencia de Viena a comprometerse en los problemas del norte de África. La Alianza fue renovada anticipadamente, en febrero de 1887, junto con dos anexos: un acuerdo entre Austria-Hungría e Italia, por el que la doble Monarquía se declaraba favorable al "statu quo" en los Balcanes y se comprometía a consultar y compensar a Italia, en caso de que se viera forzada a ocupar un territorio en los mismos. Y un segundo anexo, firmado por Italia y Alemania, por el que el ejército alemán intervendría en apoyo del italiano, en caso de que Italia entrara en guerra con Francia a causa de la expansión gala en el norte de África.
Este último era un compromiso grave y Bismarck, al mismo tiempo que se desarrollaron las negociaciones, presionó sobre el gobierno italiano para que tratara de obtener el apoyo británico a sus pretensiones en el norte de África, y de esa forma compartir, aunque de forma indirecta, las responsabilidades que iba a adquirir con el país latino. Las circunstancias eran favorables porque el Reino Unido se hallaba enfrentado con Francia por la ocupación de Egipto. La iniciativa italiana tuvo éxito y un Acuerdo Mediterráneo anglo-italiano fue firmado, también en febrero de 1887, por el que Italia se comprometía a apoyar la acción británica en Egipto, mientras que Inglaterra se declaraba dispuesta a ayudar a Italia en su oposición a la extensión de la influencia francesa en Tripolitania. Ambas potencias, además, manifestaban su deseo de mantener el statu quo en todo el Mediterráneo y el Mar Negro y, si esto no fuera posible, se comprometían a concertar las modificaciones necesarias. Austria-Hungría se adhirió a este acuerdo en marzo. España lo hizo en mayo, por iniciativa del ministro de Estado liberal, Moret, que trataba así de salir del aislamiento que Cánovas había impuesto como norma de la política exterior española; la adhesión no fue renovada por los conservadores cuando accedieron al poder. Alemania tuvo la previsión, de cara a sus relaciones con Rusia, de no suscribir esta alianza.
El alcance del acuerdo anglo-italiano -que se realizó en forma de un intercambio de cartas, para evitar la ratificación de los respectivos Parlamentos- era diferente, según las partes implicadas. Para los italianos incluía el concurso de las fuerzas armadas inglesas. Para Salisbury, sin embargo, era competencia del gobierno inglés considerar la situación y actuar como creyera conveniente.
En cualquier caso, la atracción del Reino Unido a su red de alianzas fue un indudable éxito de Bismarck, que culminó su sistema con una nueva alianza con el zar. Incluso antes de la elección de Fernando de Sajonia-Coburgo como príncipe de Bulgaria, estaba claro el retroceso general de la influencia rusa en los Balcanes -como ya se había manifestado en las alianzas suscritas por Serbia y Rumanía con Austria-Hungría-, en favor de la influencia austriaca, con el beneplácito de Alemania. En esas circunstancias, Alejandro III se negó a renovar la alianza de los tres emperadores, porque consideró que los intereses rusos y los austriacos eran incompatibles. Sin embargo, mostró interés en mantener algún tipo de vinculación con Alemania. Las tendencias antialemanas eran crecientes en Rusia, como había demostrado el discurso del popular y carismático general Skobelev ante una audiencia de estudiantes serbios en París, en 1882, en el que presentó a los germanos como los enemigos naturales de los eslavos; el mismo sentido tenían las opiniones del periodista Katkov, jefe del movimiento paneslavo. Pero todavía eran grandes las prevenciones existentes en Rusia a entablar una alianza con la republicana Francia, la otra única posible alternativa; se buscaba el apoyo económico francés, pero se temía una alianza militar que pudiera arrastrar a Rusia a una guerra precipitada, a causa de Alsacia y Lorena, sin obtener a cambio ninguna ventaja en los frentes en que estaba realmente interesada, la expansión asiática y el sureste de Europa.
Bismarck aceptó la propuesta del zar por temor a que, en caso contrario, Rusia, a pesar de todo, llegara a un acuerdo con Francia, acabando con el aislamiento de este país, lo que seguía siendo el principal objetivo de su política exterior. En consecuencia, el acuerdo entre Rusia y Alemania, que se conoce como Tratado de Reaseguro fue firmado el 18 de junio de 1887, el mismo día que vencía la alianza de los tres emperadores. Bismarck hizo en él importantes concesiones. Reconoció secretamente el derecho ruso a ejercer una influencia dominante en Bulgaria -lo cual estaba en contradicción con lo establecido en su alianza con Austria-Hungría y manifestó su acuerdo a que los estrechos permanecieran cerrados a los barcos de guerra de cualquier país. Asimismo accedió a la propuesta rusa de que ambos países permanecieran neutrales en caso de guerra de alguno de ellos con otra potencia, excepto si Alemania atacaba a Francia, o Rusia a Austria. No obstante, Bismarck, continuando con su juego de dar y quitar casi al mismo tiempo pero con distinta mano, presionó financieramente sobre Rusia, para impedir que ocupara Bulgaria; en noviembre de 1887, vetó al Banco central alemán la concesión de un préstamo a Rusia, provocando la caída de los valores públicos de este país en Alemania.
La dimisión de Bismarck, causada en parte por la negativa del nuevo emperador Guillermo II a ratificar la renovación del Tratado de Reaseguro, habría de poner fin a todo este complejo entramado de relaciones. Alemania abandonó el papel de árbitro que había desempeñado desde la unificación -en favor, eso sí, de su hegemonía continental- para convertirse en un nuevo competidor por la hegemonía mundial.